CAPÍTULO 1
Capítulo 1
Gran Pájaro
Los dos mamuts presintieron el peligro y se detuvieron en seco mientras el resto de la manada huía
desesperadamente de aquel lugar, dejándolos solos ante los cazadores, que se disponían a arrojarles sus temibles y mortales lanzas con punta de sílex, como acababan de hacer con un pequeño y joven mamut que ahora yacía muerto a poca distancia.
Sabían que una amenaza desconocida los acechaba. Miraron hacia los grandes nubarrones que provenían de las montañas nevadas y se acercaban velozmente, oscureciendo el día.
Los asustados cazadores del clan de la Caverna optaron por retroceder. Solo Ratap y Krau se quedaron quietos, dispuestos a desafiar el peligro, ansiosos por conocer el motivo de la extraña actitud de los dos gigantes peludos que, normalmente, huían o atacaban, pero nunca se quedaban quietos, exponiéndose a ser aniquilados.
Los dos jóvenes lanzaron entonces algunos gritos de guerra para hacer reaccionar a los mamuts, pero no lo consiguieron porque estaban paralizados por el miedo.
Ratap y Krau, igual que los animales, tenían los músculos en tensión e intuían que algo grave estaba a punto de ocurrir. Pensaron que el suelo iba a temblar, como ocurría a veces. Concentraron toda su atención en lo que sucedía bajo sus pies, casi convencidos de que sus cuerpos se agitarían como hojas de árbol.
Pero no ocurrió nada de eso.
Lo que sucedió fue algo nuevo e inesperado.
Algo mágico e inaudito.
Algo de lo que nunca habían oído hablar en las largas charlas nocturnas alrededor de las fogatas y que ni siquiera constaba en los múltiples dibujos sagrados pintados sobre las paredes de la cueva, que narraban la historia del clan de la Caverna.
Lo que vieron les heló el corazón.
¡Un enorme pájaro de color negro, brillante y reflectante, surgió de entre las densas y oscuras nubes y descendió lentamente!
Poseía dos grandes alas que no se movían pero que estaban provistas de numerosas luces rojas y naranjas parpadeantes, diseminadas además por todo el cuerpo. Los ojos luminosos despedían un inquietante color amarillo y brillaron intensamente cuando se quedó suspendido en el aire, emitiendo un zumbido irritante que nunca se había escuchado en aquellas tierras.
Entonces, los más de cuarenta componentes del clan de la Caverna desestimaron la idea de trocear al mamut derribado e, invadidos por el pánico, corrieron espantados hacia su cueva, que no estaba lejos, en busca de protección.
Cromer, jefe y chamán del clan, demostró mucho valor cuando enarboló su gruesa vara de madera, de la que colgaban varios collares formados por dientes de oso y garras de águila, y la agitó hacia el gran pájaro mientras lanzaba maleficios para proteger a los suyos.
Ratap y Krau se quedaron quietos, observando aquella aparición fantasmagórica y sobrenatural que les infundía un miedo atroz que dominaron a duras penas. El gran monstruo volador seguía suspendido en el aire, quieto como una nube cuando no hay viento, dejándose observar, luciendo su grandeza, desafiante y provocador.
Los dos mamuts habían retrocedido prudentemente, pero seguían inquietos. Por primera vez, hombres y bestias se sintieron unidos por el mismo temor… El miedo a lo desconocido…
Ratap reaccionó y arrojó su lanza contra el pájaro, aunque ni siquiera llegó a tocarlo, ya que estaba demasiado alto. Krau le imitó y lanzó inútilmente su hacha, pero no sirvió de nada. El pájaro era inalcanzable. Nada podían hacer contra él.
A pesar de que Cromer había ordenado a los suyos que se protegieran en el interior de la gruta, estos prefirieron quedarse junto a la entrada para satisfacer su curiosidad, conscientes de que corrían un gran riesgo. Estaban hipnotizados y no podían dejar de mirar.
¿Qué clase de pájaro era? ¿Por qué no tenía plumas? ¿De qué estaba hecho? ¿Cómo había conseguido tener un pelaje tan negro y brillante?
El pájaro volador se mantenía quieto, ignorando los barritos lanzados por los mamuts y desoyendo los gritos y amenazas de los hombres y mujeres del clan de la Caverna. Sus luces rojas y anaranjadas parpadeaban sin cesar.
Entonces, inesperadamente, una portezuela se abrió en su pecho y un gran chorro de luz blanca se proyectó hasta el suelo, donde se formó un círculo luminoso, a pocos metros por delante de Ratap y Krau, que estaban espantados.
El foco de luz se hizo más azulado y se llenó de pequeñas líneas luminosas de color blanco que, igual que una lluvia interminable, se reproducían y descendían a gran velocidad hacia la hierba. Daba vértigo verlo. Ratap y Krau, que no estaban acostumbrados a contemplar fenómenos semejantes, tuvieron que cerrar los ojos para evitar el dolor que les producía.
Por si fuera poco, un agudo sonido parecido a un latigazo les sorprendió y les obligó a taparse los oídos.
Cuando volvieron a abrir los ojos, el foco de luz había desaparecido, pero una nueva sorpresa les esperaba: en el suelo, justo donde la luz se había proyectado, había ahora un muchacho que, con los brazos en cruz y las piernas muy juntas, les miraba fijamente.
De unos quince años, pelo negro y cubierto de pieles parecidas a las suyas, mostraba una actitud relajada. En realidad, podría haber sido del clan de la Caverna, pero no lo era. Ellos sabían que ese chico recién llegado era hijo del Gran Pájaro, como lo llamaron desde entonces.
—¿Quién eres? —preguntó Ratap, acercándose.
El joven le miró durante unos instantes antes de hablar:
—Rick, me llamo Rick —dijo finalmente.
—¿De dónde vienes? —indagó Krau.
Rick miró al Gran Pájaro, que empezaba a elevarse y que poco después desaparecía en las alturas, confundiéndose entre las grandes nubes que presagiaban tormenta.
Entonces, un rayo cruzó el cielo y empezó a llover a raudales.
Un poco más allá, los dos mamuts giraron sobre sí mismos y partieron corriendo en busca de su manada mientras la tormenta arreciaba.
Rick, que se había confiado y había dado la espalda a los dos cazadores, no pudo ver cómo Krau se le echaba encima y le enredaba al cuello una cuerda de la que no pudo librarse. Tampoco pudo esquivar el golpe en la cabeza que Ratap le atizó con una piedra.
Rick cayó de rodillas, semiconsciente y debilitado, incapaz de recuperar el resuello. A base de golpes y patadas, los dos hermanos tardaron poco en reducirle y atarle.
—Si es un espíritu maléfico, le sacrificaremos —dijo Ratap—. A Cromer le gustará y nosotros quedaremos bien ante el clan.
—De eso nada —replicó Krau—. Nadie le matará, será nuestro esclavo. Un perro llegado de otro mundo nos convertirá en chamanes respetados.
Rick escuchó aquellas palabras con preocupación.