VI
EL VISITANTE
Ya es de noche cuando llego a casa y Mahania me hace el primer reproche:
―¿Dónde has estado, Arturo?
―Pues, por ahí… Dando un paseo.
―Todo el mundo está preocupado por ti. Tu padre ha estado a punto de llamar a la policía. Te hemos llamado al móvil, pero no lo cogías.
―No lo he oído ―miento―. Lo siento, lo siento, pero…
―Anda, sube a verle. Pero llama antes de entrar, está con el invitado, el señor Stromber.
Subo las escaleras con rapidez t me dirijo al despacho de papá. Llamo a la puerta y unos segundos después él mismo me abre.
―Arturo, ¿dónde estabas? ¿Sabes la hora que es, hijo?
―Lo siento, papá, me he distraído.
―Está bien, entra, que te voy a presentar a nuestro invitado, el señor Stromber, uno de los mejores anticuarios del mundo.
Me encuentro con un hombre alto y delgado que viste con elegancia. Un personaje de esos que se ven en la películas pero que nunca en la vida real. Es como si estuviera disfrazado de anticuario millonario, para que todo el mundo sepa que está forrado de dinero: anillos de oro, reloj de lujo, traje exquisito, camisa y corbata de seda, en las que se pueden ver las mismas iniciales, que están grabadas en unos impresionantes gemelos de oro… Y un pequeño bigote fino y afilado como un chuchillo, que da a sus palabras un aire amenazador.
―¿Así que este es el desaparecido? ―pregunta, mirándome con una sonrisa pérfida―. ¿Sabes que has hecho sufrir a tu padre, jovencito?
―Sí, señor, ya lo sé. Lo siento mucho, lo siento de verdad.
―Arturo es un poco despistado ―dice papá para disculparme―. A veces se distrae y se olvida de la hora. Por esta vez le perdonaremos.
―Es usted un padre muy benevolente y comprensivo ―dice Stromber―. Espero que Arturo sepa apreciarlo… Por cierto, qué bonita calcomanía llevas en la cara. Parece de verdad.
―Es que… es de verdad ―le explico―. Es un defecto de nacimiento.
―¿De nacimiento? ―dice un poco sorprendido―. Pues parece artificial. Nadie nace con cosas así en la cara, jovencito…
―Esta inscripción, o tatuaje, o lo que sea, le acompaña desde siempre y no hay forma de quitarla ―explica papá.
―Quizá pueda ayudarle… Ya veremos. Esto es muy curioso, nunca he visto nada semejante. Parece la cabeza de un dragón… ¿Es la marca de la familia o algo así?
―Nadie en nuestra familia ha tenido esta marca en la piel. No hay antecedentes.
―Es muy original ―admite nuestro invitado.
―No existe nada igual en el mundo. Arturo es un chico especial. Pero algún día conseguiremos que desaparezca, ¿verdad, hijo?
Papá se acerca y me da un cálido abrazo.
―Arturo es lo mejor que tengo ―añade―. Desde que mi mujer murió, él es el faro de mi vida. Sin él, todo esto no tendría valor.
―Vaya, yo pensaba que la Fundación Adragón era el eje de su vida. Me habían dicho que usted vive exclusivamente para mantener esta biblioteca.
―No, Arturo está por encima de todo. La Fundación ocupa el segundo lugar. Aunque, la verdad, sin ella, mi vida estaría vacía. Pero mi hijo es lo más importante para mí. Es el mejor recuerdo que me ha quedado de Reyna, mi mujer, a ala que quería con locura.
―Es usted un hombre con suerte, señor Adragón. Tener un hijo al que uno adora es un regalo del cielo ―reconoce Stromber―. En él se refleja el amor por su mujer desaparecida.
―Cierto, amigo mío. Un hijo es una bendición… Arturo, el señor Stromber estará con nosotros algún tiempo. Es un invitado de la Fundación. Ha venido a hacer un trabajo de investigación y necesitará toda nuestra ayuda. Yo estoy muy ocupado con mi proyecto, así que necesito que hagas todo lo posible por atenderle.
―¿Está usted embarcado en un proyecto? ―pregunta Stromber, bastante interesado.
―Es un trabajo del que no puedo comentar nada ―responde papá―. Pero cuando consiga los resultados que espero, todo el mundo sabrá de qué se trata.
―Papá lleva años trabajando sobre un tema del que no habla con nadie ―le informo―. Este proyecto le ocupa todo su tiempo.
―Espero que sea algo rentable.
―Bueno, aunque no lo sea económicamente, espero obtener grandes beneficios personales… que servirán a los investigadores y estudiosos de la Edad Media.
―Así que es usted un altruista.
―No exactamente. Ya sabe que le vamos a cobrar una gran cantidad de dinero por los derechos de acceso a nuestros archivos. De eso vivimos, de prestar y alquilar servicios a otras entidades.
―El dinero es fundamental en estos tiempos ―afirma Stromber―. Sin él no se puede hacer nada.
―Ciertamente. Y esa es una de nuestras grandes preocupaciones. La Fundación está pasando por un momento delicado.
―Si tiene problemas económicos, tal vez yo pueda hacer algo, si me lo permite ―se ofrece Stromber.
―No creo que sea necesario, pero se lo agradezco.
Stromber es un hombre extremadamente educado y parece que, además, le gusta ayudar a la gente. Sin duda me he precipitado al juzgarle como una persona un tanto extraña. A veces, las apariencias pueden engañar.
―Tendrá usted la ayuda de Arturo, que conoce la biblioteca como la palma de su mano. También podrá contar con nuestros asistentes. Además, dispondrá de los servicios de Sombra, un personaje un poco huraño que le será de gran ayuda ―explica papá.
―Mi trabajo consiste en analizar y descifrar algunos pergaminos escritos por un famoso alquimista del siglo diez, un tal Arquimaes. Necesitaré su consejo…
―¿Arquimaes? ―dice papá, un poco sobresaltado―. ¿Se refiere usted al alquimista que, según algunos estudiosos, logró convertir un material pobre en algo muy valioso?
―Exactamente, aunque nadie sabe de qué material se trata. ¿Le interesa este personaje?
―Arquimaes es uno de los pilares de mi investigación, pero hay pocas obras suyas. Es difícil encontrar prueba reales de su trabajo ―asegura papá, emocionado por encontrar a alguien que comparte su adoración por el alquimista medieval―. Trabajo en este tema desde antes de que Arturo naciera.
―Lo sabe todo sobre él ―añado―. Papá ha descubierto cosas sorprendentes sobre su vida y su trabajo. Estoy seguro de que nadie posee tanta información sobre Arquimaes. Ha venido usted al sitio adecuado.
―¡Qué casualidad! ―exclama papá―. En su carta no decía nada de Arquimaes. Explicaba que tenía interés en conocer el sistema de trabajo de los alquimistas, pero no podía imaginar que…
―Señor Adragón, comprenda que hay cierta información que no se puede divulgar. Lo cierto es que quiero especializarme en ese terreno para comprar y vender objetos antiguos. Ya sabe, cosas de mi negocio.
Me parece que el señor Stromber es un hombre astuto que dosifica la información. Indudablemente, sabe lo que quiere y cómo conseguirlo. Empiezo a preguntarme qué busca exactamente en la Fundación.
―Bueno, señor Stromber, ya tenemos algo en común. Arquimaes es el centro de nuestras investigaciones, y eso nos convierte en compañeros de trabajo.
―Efectivamente, amigo Adragón. Somos compañeros de investigación ya que, por lo que veo, compartimos la misma pasión por este personaje tan interesante.
De momento, Stromber se ha ganado la confianza de papá. Quizá sea una buena idea que tenga un nuevo amigo y pueda abrirse un poco al mundo y compartir sus secretos. Desde que mamá murió, vive encerrado en sí mismo y apenas tiene contacto con el exterior. Su vida se reduce a la Fundación y a su extraña investigación.
Si la llegada de Stromber sirve para alegarle la vida, por mí es bienvenido.
* * *
Me tumbo en la cama para descansar un poco antes de cenar. Ha sido un día terrible y estoy agotado. Hace tiempo que no me ocurría “eso” y he sufrido demasiado.
Lo peor es que las cosas están empeorando. El único profesor que he tenido que me ha cuidado y que me ha defendido, el señor Miralles, se marcha y me deja solo. Cualquiera sabe cómo será su sustituta.
La mejilla me duele un poco. Me acerco al espejo del cuarto de baño y observo con atención. Pero no veo nada, simplemente tengo la piel un poco enrojecida, irritada. El tatuaje ha perdido su forma y ha vuelto a ser como siempre; unas manchas diseminadas por mi rostro y con la cabeza de dragón sobre la frente.
Supongo que algún día tendré que enfrentarme con el problema. No quiero angustiar a mi padre, ahora que parece que los asuntos económicos se han complicado.
Esta noche me siento solo. Es tarde y creo que todo el mundo está acostado. Es un buen momento para hacer lo que más me gusta. Salgo sigilosamente de mi habitación con la linterna en la mano. Cierro la puerta con cuidado, procurando no hacer ruido. Llego a la escalera de caracol y subo despacio, midiendo cada paso, fijándome en los peldaños antes de apoyar el pie. Logro llegar arriba y saco la llave de mi bolsillo. La introduzco en la cerradura y abro la puerta que da a la cúpula exterior, la que está sobre el tejado.
El interior está completamente oscuro. Apenas entra un poco de luz por la claraboya del techo. Dirijo el foco de la linterna hacia el viejo sillón que se encuentra en el centro de la habitación y veo que está cubierto con una sábana, igual que casi todo lo que hay aquí. Descuelgo la tela del gran cuadro que está colgado en la pared. Me siento en el viejo sofá y observo el gran retrato de mamá. Está guapísima con ese peinado y ese vestido lujoso, de los que llevaba cuando las cosas iban bien. Entonces papá era un hombre activo que luchaba por mantener la Fundación en buenas condiciones. Hace años que papá decidió colgar aquí este cuadro porque decía que recordaba demasiado a mamá y le hacía sufrir. Se lo hicieron unos días antes de emprender el viaje a Egipto, por eso le trae malos recuerdos. La verdad es que es un retrato extraordinario. Tiene una mirada tan limpia, transparente y directa que parece que solo tiene ojos para el que la observa, o sea, para mí. Parece que está viva.
―Hola, mamá, aquí estoy otra vez. Hace tiempo que no venía a verte, pero hoy necesitaba hablar contigo. Estoy preocupado por papá. Le veo cada día peor. Está obsesionado con ese trabajo de investigación que parece no tener fin. Hoy he descubierto que lleva trabajando en él desde antes de que yo naciera. Lo ha dicho durante la conversación con Stromber, pero no logro que me cuente en qué consiste.
―“Tengo que hacer algo para que se recupere y piense en otras cosas. Le veo trabajar sin cesar, igual que uno de aquellos viejos sabios que no podían hacer otra cosa más que dedicarse a su labor. Creo que no es sano que actúe así, de esa manera tan destructiva. ¿Qué hace, mamá? ¿En qué está trabajando?... Ya sé que no puedes responder, pero tengo que preguntárselo a alguien. Y Sombra, que debe de saber la respuesta, no me lo dice. Estoy preocupado”.
Me he acercado al cuadro y paso la mano sobre la pintura. Siento su respiración en la yema de los dedos. Es como si estuviera viva.
―¡Te necesito, mamá! ¡No sabes cuánto te necesitamos papá y yo!
Sin poder evitarlo, empiezo a llorar. No me gusta que me vea así, prefiero que se imagine que estoy bien.
―“¿Sabes?, hoy ha llegado Stromber, un personaje que, a lo mejor, le viene bien a papá, aunque es un tipo un poco raro, un anticuario excéntrico. Va a hacer un trabajo de investigación y creo que su compañía le vendrá bien. Ojalá se hagan buenos amigos.
Le lanzo un beso con la punta de los dedos.
―Bueno, me tengo que ir. Gracias por escucharme. Vendré pronto a verte. Adiós, mamá. Y no te preocupes por nosotros. Estaremos bien.
Vuelvo a cubrir cuidadosamente el cuadro con la tela y salgo de la buhardilla. Empiezo a bajar la escalera cuando oigo un ruido. Me detengo y espero. Es Sombra, que me ha visto, pero no dice nada. Me dirige una mirada de complicidad y desaparece en la oscuridad, dejándome solo.
―Cada día hay más ratas en este edificio ―murmura mientras se aleja.
Me acuesto en silencio y me duermo pensando en mamá. Es mi consuelo.