OJOS DE DRAGÓN III / PODER

PERGAMINO 1

CAPÍTULO 1 – EL PRECIPICIO

Con la imagen de la Biblioteca Negra retumbando en sus cabezas, Orlando, Katania, Johanus y Halcón caminaron sin rumbo durante varios días. A veces, veían algunos dragones que volaban en sentido contrario al suyo.

Intentaban asimilar todo lo que habían vivido en ella y no dejaban de preguntarse si todo había sido un sueño. Una biblioteca de dragones, colgada del cielo era algo tan fantástico que costaba trabajo creer en su existencia.

Los guardianes no les habían dado ninguna indicación sobre el camino a seguir, así que marcharon en línea recta hasta que llegaron al borde de un profundo precipicio, desde el que se dominaba un extenso territorio que parecía no tener fin.

―Parece que hemos llegado al final del camino ―dijo Johanus―. No podemos seguir. Este abismo es demasiado elevado. Es imposible descender, es totalmente vertical.

―Quizá debamos reflexionar un poco ―propuso Halcón―. Seguro que hay una solución. Encontraremos la forma de superar este obstáculo y de seguir avanzando.

―Es posible que tengas razón, pero yo estoy agotada... y también desconcertada ―alegó Katania―. No sabemos cuál es nuestra meta. No es posible adivinar lo que han querido decir con eso de… “Debes ir al principio de todo”… Eso no es ninguna pista… Estamos perdidos.

Orlando estaba en el borde del precipicio, mirando en la lejanía, con la mirada perdida, escuchando a sus amigos, sin pronunciar palabra.

―¿Qué opinas, Orlando? ―le preguntó Halcón.

―Nada tengo que añadir a lo que habéis comentado. Tenéis razón, es imposible adivinar el significado de sus palabras. El principio de todo...

Se hizo el silencio.

Estaban en un lugar único y el viento que llegaba de lejos les acarició la cara. No podían apartar la vista del horizonte, lejano e inalcanzable.

―Creo que voy a hacer un potaje de hierbas ―propuso Halcón―. Si alguno caza un conejo, disfrutaremos de una cena exquisita. Es lo mejor que podemos hacer mientras tomamos una decisión.

Johanus se levantó y se alejó, dispuesto a atrapar una pieza para la cena. Era un buen cazador y era seguro que encontraría algo.

Katania se acercó a Orlando, que continuaba al borde del precipicio, con la mirada perdida.

―Te veo preocupado.


―Estamos aquí, en medio de ninguna parte, perdidos y desnortados. El tiempo pasa y no avanzamos. No sabemos hacía dónde ir. No puedo estar contento.

―El medallón detiene tu... transformación. Es una ventaja que debería alegrarte. Es una gran suerte tenerlo.

Orlando sonrió con amargura antes de contestar:

―Aunque nos quedemos aquí durante un siglo, no descubriremos qué camino debemos seguir. “El principio de todo” es una quimera… Nadie recuerda al rey Delatour y yo, su hijo soy un maldito. El principio de todo es el fin. Así están las cosas.

―Releamos el libro que Halcón ha traído. Quizá encontremos alguna pista. Ahora, por favor, aléjate de aquí. Podrías caerte.

Orlando no se movió.

―Si me cayera, volaría como un dragón. No tengo ningún miedo. Ya viste lo que ocurrió en la Biblioteca Negra. Cuando me caí de la torre, volé.

―Eso fue allí, donde ocurrían cosas imposibles. Aquí estamos en el mundo real y puede que tu poder no funcione… ¡Apártate, por favor!

Orlando la miró con tranquilidad.

―No temas ―le aseguró―. No va a pasar nada.

Katania estaba más preocupada a cada momento. Nunca lo había visto así, tan desanimado. Orlando soltó su mano y dio un paso adelante, colocándose al borde.

Levantó los brazos como si fuesen alas y pareció que iba a lanzarse.

―¡No lo hagas, por favor! 

―¡No lo hagas, por favor! ―imploró.


Halcón se quedó paralizado al ver lo que pretendía.

―¿Quieres suicidarte? ―le preguntó―. ¡De haber sabido que eras un cobarde me habría quedado en la abadía, junto a mis hermanos, dibujando dragones!

Orlando parecía estar en trance.

Hizo un ligero movimiento, como si se preparase a saltar. El viento hacía temblar su cuerpo, una racha fuerte lo lanzaría al vacío.

―¡Si saltas, yo salto contigo!―le advirtió ―. ¡Lo digo en serio!

Orlando se detuvo.

Sabía que la princesa cumpliría su palabra.

Dio unos pasos hacia atrás y se le acercó.

―No te preocupes ―le prometió―. No saltaré.

―Eres un cabeza dura ―le recriminó ella―. Y un testarudo. Saltando al vacío no encontrarás nada. Solo la muerte.

―Te pido perdón. No volverá a ocurrir -dijo Orlando, alejándose del borde.

Katania respiró tranquila.

Poco después, Johanus regresaba con un par de liebres de campo colgadas de su cintura. Halcón las despellejó e hizo la mejor cena desde que habían salido de la Biblioteca Negra.

―¿Cómo saldremos de aquí? ―preguntó Johanus, mientras roía un hueso descarnado.

―A mí no me preocupa salir de aquí ―dijo Halcón―, me preocupa saber qué camino hemos de seguir.

―No hay camino a seguir ―se quejó Johanus―. Nos han dejado con la miel en la boca… “ir al principio de todo”… Son muy listos los sabios guardianes de la Biblioteca Negra…

―El principio de todo es el día de mi nacimiento. El día ataque al castillo, posiblemente, el de la muerte de mis padres.

―El día que recupere mi memoria, puede que revele cosas -dijo Halcón, mirando a Orlando-, pero, de momento, no tenemos ninguna pista.

Se acostaron con la puesta de sol. Cerraron los ojos bajo el influjo de una soberbia sinfonía de colores como jamás habían visto. Parecía que el horizonte intentara mandarles un mensaje de esperanza.

―En el orfanato nunca nos dejaban ver las puestas de sol ―confesó Orlando.

―¿Por qué? ―preguntó Katania.

―Por la sensación de libertad que provocan. Solo recuerdo los días de lluvia o de tormenta. Lo más deprimente que se pueda uno imaginar.

―Ese Gorman es un mal bicho ―sentenció Halcón.

―Tuve su vida en mis manos y no usé mi poder ―se lamentó Orlando―. A veces pienso que debí acabar con él. Por todo lo que me había hecho y por todo lo que les ha hecho a los otros chicos. Me arrepiento de haberle dejado vivo. Debí quemar ese orfanato antes de irme.

―Yo también he dejado vivo a Avérnico. Y tenía motivos de sobra para matarle. Mató a mi padre e intentó esclavizarme haciéndome su esposa -le recordó Katania-. También me arrepiento, pero no podía hacer otra cosa. Mi padre me educó en el perdón y en la justicia. No soy ninguna asesina.

Después de un breve silencio. Johanus tomó la palabra.

―Cuando mi padre rechazó a mi amado Patrick, tuvimos una discusión que acabó en duelo a espada. Conseguí ganar y pude matarle, pero no lo hice… Es lo mejor que he hecho en mi vida. Matar es lo peor de todo. Y matar a un padre es algo imperdonable. Ahora sé que hice bien dejándole con vida.

El viento silbó por encima de sus cuerpos y el último rayo de sol se extinguió en el horizonte, dejando paso a la más absoluta oscuridad.

La voz de Halcón se alzó para decir unas últimas palabras:

―Si dejas vivir a tus enemigos, puedes vengarte más veces de ellos. Si los matas, es el fin y luego te tragas tu ira.

La noche los envolvió y solo se veía la pequeña fogata que trataba de darles algo de calor.

Entonces, rodeado de un silencio solo roto por el viento, Orlando tuvo una revelación. El principio de todo, Gorman... Se acordó entonces de que había allí, ciertos documentos que Gorman había guardado en secreto.

―Ya sé nuestro próximo paso. Debemos ir al orfanato, al principio de todo.

Sus compañeros de aventuras asintieron. Sabían que no sería un viaje fácil.

La noche los envolvió y solo se veía la pequeña fogata que trataba de darles algo de calor.


* * * * * * * * * *

Muy lejos de allí, la hechicera Crúñiga no dejaba de buscar la el modo de devolver la vida a Olario. Orlando y Katania lo habían conocido con el nombre de Angius y era, en realidad, el padre de Cresarión.

La hechicera había dicho que podía resucitarlo a cambio de otra vida, pero la cosa noe ra tan sencilla. 

Después del encuentro casual con Donario, decidió seguirle secretamente, lo que la llevó hasta un hostal de aspecto bastante miserable.

Donario, que ni imaginaba que le seguía los pasos, entró despreocupadamente en y se comportaba con su altanería habitual.

Crúñiga permaneció en su escondite durante horas. Sabía que el chico tendría que salir y que, de una forma u otra, descubriría su juego.

Una hora después, Gorman y Donario salían juntos del hostal, charlando amigablemente. Crúñiga sonrió para sus adentros. Una vez más, su intuición había funcionado.

Los siguió a través de oscuras callejuelas hasta que entraron en un local de mal aspecto. Era una especie de garito de mercenarios. Hombres de armas que se alquilaban al mejor postor para cometer cualquier acto de violencia.

Desde una rendija en la valla que circundaba el local, pudo ver que sus dos conocidos hablaban con un tipo robusto, muy bien armado y de aspecto guerrero.

Su fino oído logró captar algunas palabras. Era evidente que estaban contratando una pequeña tropa y pensaban salir de expedición en pocos días. Gorman entregó una bolsa de dinero al fornido guerrero y luego estrecharon las manos, seguramente para cerrar el trato.

Crúñiga pensó que sus planes podían encajar con las andanzas de Gorman y Donario. Al fin y al cabo, perseguían el mismo objetivo y trabajaban para el mismo señor.


CAPÍTULO 2
VOLVER A INICIO